Hace unos años nació este personaje en mi mente, es un súper héroe llamado Salvador, en la sección de otras ilustraciones tengo el primer dibujo que hice de él cuando me di cuenta que vivía en mi pecho, que era el responsable de muchas de las cosas que yo hacía y sentía, pero que lo había dejado completamente suelto de manera inconsciente en mi psiquismo, haciendo uno que otro estrago con su comportamiento.
Gracias a la terapia y al psicoanálisis que he hecho desde hace ya varios años conocí a Salvador, allí fue donde supe que necesitaba verlo a los ojos, abrazarlo e integrarlo amorosamente a lo que soy. Este personaje se gestó dentro de mí desde la infancia más remota, gracias a la cantidad de cómics que me he devorado desde que tengo uso de razón.
Dato Curioso: El primer dibujo del que tengo registro en mi vida, lo hice a los 4 años y fue un batimóvil. Siempre me han atraído las historietas, especialmente las de súper héroes.
Los que no me conocen tan bien, pensarán posiblemente que soy un tipo tranquilo, que se la pasa meditando, vendiendo pizzas o echando chistes, pero la verdad es que ese es solo mi lado Bruce Wayne (pero sin tanto billete ni pinta), la verdad es que muchas veces por dentro estoy en llamas (como toda la gente), siento muy a menudo que un monstruo gigante me quiere destruir, que debo librar una batalla titánica para poder seguir viviendo, o que debo hacer las suficientes obras “buenas” por otros, para merecerme el privilegio mi propia tranquilidad y felicidad.
Los que me conocen más o menos bien, saben que invierto más tiempo y energía de la cuenta tratando de salvar gente (que tal vez ni lo necesita), trato de sentirme “bueno” y de participar de causas nobles o movimientos revolucionarios, trato de ayudarle a resolver a otros los problemas que yo mismo no soy capaz de solucionar en mi propia vida, me invento a veces monstruos donde no los hay, solo por el placer y el orgullo de vencerlos y decir: “uf soy un duro, me volví a levantar, no me derribé”.
La verdad es que un héroe puede parecer alguien muy bueno, pero en el fondo, su inconsciente es muy poderoso y sabe que requiere del caos para justificar su existencia, es por esto que la presencia de salvador se ha tornado interesante desde que lo abracé, porque ahora puede acompañarme a mercar, estar con migo en la oficina o simplemente acompañarme en el bus. Haber logrado enseñarle a mi héroe a estar un poco más en paz, o como me enseñó hace un tiempo Laura Blair, a entender que algunas batallas se ganan dejando quieta la espada, ufff eso sí que es algo SÚPER.
La bici, que es otro de mis amores, me enseñó algo muy bonito respecto a Salvador, un día, después de una montada muy larga, me pude ver a mí mismo hablando con unos amigos de lo difícil que era la ruta que había hecho, les mencionaba de la gran tortura que había sido conquistarla, entonces, descubrí que tanto el héroe como la víctima eran la misma persona: alguien que depende del dolor o el caos, para darle sentido y valor a su existencia. No importa si asumes el sufrimiento para vencerlo o para ser vencido, ambas son dos caras de la misma moneda, y tal vez, como nos lo enseña el budismo, lo verdaderamente valioso del asunto, es aprender a disfrutar el ahora y encontrar la forma de estar presente sin juicios en cada pedaleada, repitiendo el mantra que ahora pronuncio cuando monto en la bicicleta y comienzo a sentirme agotado o débil: “sin heroísmo, sin heroísmo, sin heroísmo”.
Hoy agradezco a Salvador por su presencia, lo dejo emerger en ocasiones cuando su fuerza y sus poderes son oportunos para mí (tampoco quiero decir con este texto que haya que amarrarlo), lo que sí tengo claro es que quiero integrarlo a la cotidianidad, enseñarle pacientemente a estarse quieto y sobre todo, a tener claro que si salvas siempre a los demás, atrofias su propia suficiencia, su real propósito en este mundo, que es el de asumirse a sí mismos.