Hablando con mi amiga Lauris Blair hace unos días, decíamos que la vida esta llena de momentos “insignificantes” que son supremamente importantes, pero que pasan desapercibidos muchas veces porque no está ocurriendo algo extraordinario.
Los momentos memorables son pocos
Los momentos en los que nos graduamos, hacemos un viaje a otro país, realizamos un sueño o sufrimos un dolor profundo, son relativamente pocos (en cantidad) respecto a los momentos en los que: lavamos platos, desayunamos de afán, nos damos un duchazo para salir o esperamos acostados antes de quedarnos dormidos.
Alfred Hitchcock decía que el cine era como la vida pero sin las partes aburridas, o algo así por el estilo, el caso es que recientemente he comenzado a encontrar un altísimo valor en esos momentos simples; gracias a la meditación, que al principio comencé practicando sentado en un mat de yoga, con las piernas cruzadas en loto y las manos situadas en algún mudra, pero que poco a poco he ido llevando a todo tipo de momentos durante el día, dándome cuenta que empezamos siendo personas que meditan, pero debemos aspirar a convertirnos, poco a poco, en seres meditativos a lo largo de toda su existencia.
¿Cómo es eso de llevar la consciencia a todos los momentos?
Salvador es uno de mis personajes favoritos de Los Goodies, representa un aspecto de mi psique que quiere librar grandes hazañas, recibir aplausos, ser el más fuerte y el más inteligente, me da un poco de vergüenza admitir que una parte de mí es así, pero creo que los que me conocen ya lo saben, y la verdad, gracias a la terapia que hice durante años con el gran Vic, aprendí a abrazar e integrar a este personaje en lugar de juzgarlo y rechazarlo y darle duro causándome daño a mí mismo.
El asunto con Salvador, es que a la hora de aprender a estar presente en los momentos simples y sin grandes aventuras, se vuelve algo ansioso e inquieto, le provoca salir volando a buscar a cualquier persona a quién proteger, a Salvador le aburre la rutina y la tranquilidad, sin embargo, ha ido aprendiendo poco a poco, a aquietarse, a lavar los platos en paz, a respirar mientras espera.
Finalmente solo estamos esperando.
No importa todo lo que creamos o consideramos importante, no importa si creemos que tenemos “un gran propósito” por el cual vinimos al mundo, no importa si somos multimillonarios o no tenemos un peso en el bolsillo, finalmente, en algún momento, llegan los momentos en que algo nos dice que no somos “la gran cosa”, y esto, que parece un mensaje negativo o pesimista, nos libera de una carga enorme de tener que cumplir con algo o llegar a alguna parte, permitiéndonos simplemente vivir, habitar el instante presente, ese fragmento diminuto como el filo de una cuchilla que mientras lo nombramos ya se escapó y se convirtió en pasado,
¿Después de todo qué más estamos haciendo en el mundo, que pasar un periodo de tiempo ESPERANDO sobre una gran roca que viaja a la deriva?
Reconocernos como parte diminuta e ínfima de un complejísimo sistema, nos libera de la enorme presión de “tener que ser un héroe” de tener que cometer alguna hazaña, de tener que hacer algo imborrable, permitiéndonos encontrar la riqueza infinita que está aquí en este momento, pero no ese que te acabo de nombrar y que ya se fue para el pasado, es ahora en este nuevo momento, o en este, o en este otro momento…. y así, uno a uno se van esfumando todos los momentos ante nuestros ojos, cada uno con una exuberancia y una riqueza que nos exigen de una madurez y una preparación monumentales para aprender a habitarlos en humildad y consciencia.
La fila en el banco (que ahora nos toca hacer a dos metros del que está adelante), la lavada de los platos, la doblada de la ropa, la caminada por la calle, el momento mientras calienta el agua para el café y tantas otras ocasiones que percibimos como perdidas, porque no serán contadas en el relato emocionante de nuestras vidas, son ocasiones importantísimas, dignas de celebrar como una boda, pero para aprender a hacerlo debemos estar preparados.
¿Cómo entrenarnos en eso de vivir el presente?
Yo personalmente he encontrado algunos mecanismos que les puedo compartir, pero creo que tal vez es labor de cada uno encontrar los suyos. En mi caso personal siento que la meditación me va fortaleciendo cada vez más en eso de estar presente en los momentos, pero también durante las actividades cotidianas, siento que algo tan sencillo como vigilar la postura corporal o la respiración, nos conectan con un estado de atención diferente. Es algo así como hacer yoga tantas veces como nos acordemos durante el día (quienes aún no hayan hecho yoga los invito a explorarlo).
En mi caso personal, puedo decir que el yoga me ha enseñado a estar ‘en guardia’, bien atento a la posición de los dedos de los pies, la espalda, los hombros y la columna; a sincronizar la respiración con los movimientos, y así, esto que al prinicipio me parecía un cliché de personas pseudo espirituales, me fue mostrando el por qué durante miles de años se ha conservado esta práctica y este conocimiento.
Movernos despacio, respirar con calma, conectarnos con todo lo que hay al rededor, entendiendo que somos todo, en tanto todo está hecho de la misma energía. Es una hermosa forma de fluir, es una armoniosa manera de viajar.
Ahora a disfrutar de lo simple y lo trivial, ahí puede haber una clave profunda de nuestra propia felicidad e iluminación. A lo mejor, como decían en el pianista, lo más difícil de encontrar es lo que no parece estar oculto.
Que buen apunte hijo te estás convirtiendo en un escritor de los bu enos felicitaciones.
Gracias Diego por compartirlo. También se puede meditar a través del arte, pintar, dibujar letras bonitas, tejer, bordar???
Un abrazo